jueves, 1 de febrero de 2018

El quinto mono

En la parte de atrás del autobús en el que durante las últimas dos semanas cruzo la ciudad a diario hay un lugar muy especial.


Los asientos forman una ele; tres asientos pegados a la parte posterior del bus y cuatro en el lateral. En el hueco que se forma en la esquina, donde convergen las dos filas perpendiculares de asientos, han puesto una superficie plana metálica que parece -o haría función de- una mesa.

Solo faltaría poner sobre ella un florero; o unas fotos enmarcadas de amigos y familia; o unas revistas (un cenicero no, que está prohibido fumar); quizá alguna botella de un buen licor y unas copas; o un juego de té... en fin, cualquier cosa así hogareña, para sentirte como en el salón de tu casa rodeado de amigos. Pero, claro, no es así, son desconocidos los que comparten contigo la salta de estar. 

Siempre, si cabe la posibilidad, me siento en una de estas plazas, únicas en cuanto a su disposición en el vehículo. Pero nunca ha surgido ningún tipo de interacción entre los ocupantes de este bello rincón. (Quizá mañana me lleve una cafetera, un camping gas y unas tazas, a ver que pasa)

Por lo general, los demás inquilinos de la habitación están concentrados en atender sus móviles y tabletas. Y esto es así aunque viajen en parejas o grupo. Miran su dispositivo, con unos finos cables colgando de sus oídos, sin desviar un ápice la mirada; sin que sus ojos puedan encontrarse con una humana pupila intrusa que transmita siquiera una leve emoción o una pizca del lenguaje que transpiran los humanos cuando callan.

Esto me ha hecho recordar un dibujo que vi ayer que describía el cuarto mono que ya vive entre nosotros: a los tres famosos del ver oír y callar, se sumaba uno nuevo que, absorto por un aparatito que tenía entre sus manos, ni ve, ni oye, ni habla.
Éste no será el último mono que se sume a esta pandilla. Seguro que viene un quinto... a no mucho tardar.
En mi opinión, el quinto mono ni verá, ni oirá, ni hablará; pero tampoco se moverá.
Todo lo podrá obtener (o casi todo) sin locomoción alguna (o mínima) con solo darle a la aplicación pertinente, a la domótica y con mucha realidad virtual sustituyendo a la realidad de la buena.
Tras esta digresión homínida que ha surgido, paso a relatar lo que pasó en la sala de estar del autobús.

Pero, en verdad, que no pasó nada. Me lo tendría que inventar.
Quizá sería mejor que pasasen cosas de las de realidad de la buena...


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