jueves, 15 de febrero de 2018

Rinitis


Caminaba por la vía pública rumiando pensamientos relativos a diferentes procesos domésticos de carácter logístico, intentando dar un orden de prioridad a aquellos asuntos de los que debía ocuparme, pues iba bastante mal de tiempo. Me aventuraba, sin quererlo, en divagaciones, digresiones y especulaciones nacidas de cada una de las cuestiones que pretendía organizar, sosteniendo en mi mano un descongestionador nasal que acababa de adquirir en la farmacia. Por este motivo se introducían los pensamientos acerca de la pesada rinitis que me afectaba desde mucho tiempo atrás en todo el organigrama que pretendía confeccionar y esquematizar, quedando todo en un maremágnum de atascado moco que me incitaba a la inacción.
Una mujer detuvo mi marcha para preguntarme si sabía dónde estaba la oficina de correos del pueblo.
Me detuve y repetí para mis adentros, como saliendo de un trance en el que el mantra que lo indujo todavía reproduce su letanía: “No aplicar más de dos veces al día y no más de cuatro días consecutivos”, advertencia que me había enfatizado la farmacéutica como si me fuese la nariz -o quizá algo más grave- en ello.
Pero lo que pensé que se había reproducido en mis adentros, debió salir de mis labios, aunque solo fuese como un leve susurro, a juzgar por la expresión que marcó el rostro de la mujer; la cara que se pone cuando piensas que te topaste con el loco del pueblo.
Hice involuntario ademán de salir de mi mundo interior. El rostro de la mujer cambió. Parecía decir que se había tropezado con un ensoñado, alguien distraído, quizá artista, soñador… nada que ver con lo prosaico de mi mundo interior, perdido entre pagos de facturas, compras, trámites burocráticos inexcusables y cosas de ese tipo, todas ellas amasadas en un mortero con desatascador nasal y rinitis aguda.
Dije a la buena señora, preguntándole, como estrategia de claro disimulo, fingiendo no haber escuchado: “¿Perdón…?”
Antes de que ella me pudiese repetir la pregunta, unos cuatro o cinco metros delante de mí, en la dirección que yo andaba, se estrelló contra la acera, emitiendo un sonido breve y seco como de cráneo roto y dibujando a su alrededor una pequeña nube de polvo, una jardinera, un tiesto rectangular de considerables dimensiones.
Miré hacia arriba buscando el balcón desde el cual, el presunto asesino me lanzó su arma arrojadiza, sin tener en cuenta que, en el momento que la soltaba de sus manos, la mujer me detendría, frustrando su plan al no llegar a cruzarse nuestras trayectorias; fatídico encuentro que habría supuesto, como mínimo, la ruina de mi sombrero de fieltro, que habría quedado muy deteriorado y manchado en su interior de pegajosos sesos triturados.
No vi a nadie, ni la cola de ningún diablo escabulléndose de un balcón a otro. En un balcón de una vivienda deshabitada faltaba una de las jardineras que adornaban, vacías, la parte exterior de la baranda.
Está claro, pensé, el temporal de viento que nos sacudió días atrás debió afectar de algún modo la sujeción y buena estabilidad del rectangular recipiente de cemento pretensado, cayendo en este momento… Dije pensando en voz alta: “A veces la música del azar interpreta melodías alegres; tristes en otras ocasiones; o solo nos brinda una advertencia. Permítame que le diga a usted que, hace escasos segundos, gracias a su intervención, la partitura que habría musicado mi réquiem se quedó solo en un himno a la alegría para festejar la vida.
La mujer, que, estando de espaldas y no habiendo reparado en el sonido del tiesto al caer, se mantuvo ajena al suceso, se llevó el índice a la sien, girándolo y siguió su camino pasando de mí por completo. Preguntó a otro transeúnte por la dichosa (y tanto) oficina de correos.
Quedé mirando como se alejaba, menuda, algo desaliñada y con pasos rápidos y cortos, casi saltando como andan las palomas. Por ninguna costura de su chaqueta se intuía que estuviesen plegadas sus alas de ángel brotando de sus omóplatos.     

2 comentarios:

  1. Lo leí con agrado, me quedé pensando ¿Quien salvó a quien? si él hubiera caminado un poco más rápido, lo habría detenido antes. Muy buen relato, "mi requiem quedó solo en un himno a la alegría. Saludos Luis

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  2. Hola María. Sí... También podría haber pasado que la mujer y el hombre se hubiesen encontrado, por que él hubiese andado algo más rápìdo, justo donde aterrizó el macetero...y entonces doble obituario... el azar es imprevisible, si no, no sería azar ni nada....Sí aquel famoso meteorito no hubiese impactado, sólo hubiese pasado cerca, lo más seguro que nuestras almas todavía se desperezarían dentro del cerebrote (a la vez que cerebrito) de un dinosaurio... En fin...Un saludo a ti también!

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