Cuando
la realidad se presenta cruda, es decir, que no existe o se encuentra forma de
cocinarla ni condimentarla para que resulte apetitosa o no indigesta -también
podríamos decir que se exhibe “hecha unos zorros”, apabullándonos con su
presencia y sin posibilidad de maquillarla- se la puede depositar en la nevera,
que se conserve sin pudrirse hasta que el humor varíe (sí, ese humor que nos
incita a engañarla e ir toreándola como se pueda, para que vuelva después, más
airada y hostil, una vez desmontada la añagaza) y que, en virtud de ese cambio,
nos permita comérnosla cruda, aunque sea tapando nuestra nariz para sentir atenuado
su desagradable sabor y aroma de realidad apestosa.
Esta
manera de afrontar la realidad, con valentía y arrojo, cuando nos viene mal
dada y asumiendo todas sus consecuencias, está situada en los límites del
canibalismo.
No
digo más: me dispongo a sacar del frigorífico al recaudador de impuestos del
reino; al cobrador de la luz; al del gas; al operador de telefonía; a la
directora del banco hipotecario…creo que me está entrando hambre y debo
afrontar esta cruda realidad.
Sí,
ya sé que estos sujetos que acabo de merendarme no tienen ninguna culpa de esta
tragedia. Son meros trabajadores. Y que debería y podría afrontar esta cruda
realidad con otros métodos más sensatos, razonables y acordes a la integración
social. Lo que pasa es que cuando acabas de escuchar el noticiero en la radio, terminas por insensibilizarte.
Y tampoco está mal si nos integramos en la cultura del reciclaje y, cuando ya
hemos vivido una temporadita buena, nos ahorramos las molestas pensiones y nos
convertimos en fuente de proteínas, muy solidarios, para el resto, combatiendo
el envejecimiento y superpoblación del planeta de una sola tacada.
No
sería complicado legislar al respecto.
Sí,
ya sé que no estamos tan mal como para llegar a este extremo, a soluciones tan
drásticas.
¿Cómo?... Había olvidado el noticiero radiofónico. Yo diría que sí; que sí que estamos tan mal y que esto es precisamente lo que
hacemos, pero sin legislar el canibalismo desde una perspectiva
razonable, honesta y progresista.
Se
legisla para dar protección jurídica y soporte político a los más glotones
antropófagos, dejando al resto, la inmensa mayoría, en flagrante marginación y
abandono institucional.
Mientras
millones de personas, muchos niños, no tienen acceso a medicinas básicas y
mueren por este motivo, la industria farmacéutica no cesa en incrementar sus
obscenos ingresos. Esto no ha sido contado en una sola noticia, sino en dos; una económica y otra que daba informes de Save the children.
Caníbales glotones.
Caníbales glotones.
Lo
mismo, en su terreno, se puede decir de la industria alimentaria y la del
petróleo, que aplica la máquina de picar carne allá donde se encuentren buenos yacimientos
en tierra de infieles.
Entonces,
si la sociedad está sustentada por los pilares del canibalismo…
(la
armamentística, la religiosa -sí, he dicho bien, industria- la automovilística…)
¿Qué
tiene de malo si aplicamos esos mismos cimientos cuando la cruda realidad nos
sacude?
(tecnológica,
textil, constructoras, agroganaderas… ¡madre mía!)
¿Quién
puede tener autoridad moral para juzgar y criminalizar esto?
Surge
otra pregunta:
¿Resulta
más ético quedar en exclusión social (caníbal) o estar plenamente integrado
social(caníbal)mente?
Puede
que la solución al canibalismo sea que nos excluyamos todos de él; si no… todos
caníbales, sin medias tintas ni injusticias de doliente discriminación que no
encuentra la manera de cocinar la realidad, y te la ofrece cruda para su
consumo.
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